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Para qué me puede servir la atención plena o mindfulness

Para qué me puede servir la atención plena o mindfulness

Por todos es sabido que vivimos en la Era de la Información. Una etapa en la que la información es un valioso recurso, y el contar con ella nos puede proporcionar una ventaja competitiva. La información nos llega y la buscamos, estamos pendientes de ella; información, de lo que ha sucedido, de lo que pasa, y de lo que va cambiando y pasará. A lo largo del día vivimos expuestos a una gran cantidad de inputs (llamadas, correos, whatsapps, mensajes verbales, y no verbales, visuales, escritos….), que exigen nuestra atención e incluso concentración. Podríamos llegar a decir que estamos “infoxicados”, o lo que es lo mismo, intoxicados de información.

Y lo cierto es que, aunque de entrada confiamos en que podemos atender varias cosas al mismo tiempo y salir airosos de la situación, la realidad se termina imponiendo, mostrándonos que ni somos multitarea como creíamos (el cerebro no puede atender simultáneamente dos tareas cuando ambas exigen un mínimo de atención), ni esta multitarea resulta eficaz. Ante esta situación, de múltiple atención y asimilación de información, nos encontramos en el medio plazo con que tenemos dificultad para concentrarnos, que nos cuesta tomar decisiones, que desgastamos energía sin control,  que perdemos nuestra capacidad de creatividad, y que consecuentemente, disminuye nuestro nivel de efectividad.

Aquella estimulación, que en su justa medida suponía un aliciente y un impulso para movilizarnos, para dar lo mejor de nosotros mismos, acaba por sacar a relucir aspectos menos favorables, provocando incluso que nos bloqueemos o que se mermen nuestras capacidades. A todo ello se suma que las necesidades y expectativas de nuestro entorno profesional e incluso personal se nos imponen, o nos las imponemos, y centramos nuestros esfuerzos en satisfacerlas. El resultado es, en muchas ocasiones, cansancio, agotamiento, desmotivación por no poder llegar a todo, frustración, sentimientos de incapacidad, etc.

Las primeras señales las comenzamos a notar a nivel corporal, como primera manifestación de nuestras emociones; quizás una alteración del ritmo cardíaco, mayor presión sanguínea, sudoración, vacío en el estómago…signos que en el corto plazo nos hablan de un estado de alerta que hemos de saber gestionar. Es la primera señal para identificar qué es lo que nos está pasando y qué podemos hacer con ello. Pueden ser los primeros síntomas de un estrés que hace que valoremos que lo que sucede supera los recursos con los que contamos y pone en peligro nuestro bienestar.

La primera receta a aplicarse sería pararse, escuchar y prestar atención a nuestro cuerpo y a lo que nos está diciendo en ese momento. Lo que nos está pasando puede ser la consecuencia de estar más pendientes de lo que sucede fuera que de lo que sucede dentro de nosotros, y de no prestar la adecuada atención a lo más preciado que tenemos en la vida, que somos nosotros mismos.

Una alternativa para trabajar nuestra conexión con nosotros mismos es la atención plena, que es la traducción que se ha dado a la palabra Mindfulness, cuyos orígenes se remontan a 2.500 años atrás en el budismo, y que en el año 1979, con la creación de la Clínica de Reducción del Estrés mediante el Mindfulness, rescata Jon Kabat-Zinn y sus colegas, con el objetivo de ayudar a los pacientes del Centro Médico de la Universidad de Massachusetts a reducir sus niveles de estrés a partir de la práctica de la atención plena.  El éxito de esta iniciativa favorece su difusión y utilización para la mejora del bienestar.

El Mindfulness trabaja la atención plena y consciente del aquí y del ahora. La capacidad para estar presentes en lo que está sucediendo y de poner la atención en lo que vivimos en el momento presente, dejando a un lado juicios, pensamientos críticos e ideas preconcebidas.

El estado basal de la mente humana es el de una mente que divaga, es decir, que no se está quieta. El cuerpo puede estar parado y presente, si bien la mente tiene el poder de estar en movimiento. Esto lo podemos comprobar con un sencillo experimento: Busca el silencio, cierra los ojos y mantente quieto. Notarás como tu cuerpo no se mueve, pero tu mente no tardará muchos segundos en mostrarse activa, los pensamientos automáticos aparecerán irremediablemente. La llamada mente errante o mente de mono (salta de rama en rama), va de un lado a otro, y en momentos de silencio está en el pasado (lo que hice ayer, la decisión que tomé, la experiencia que viví…) o en el futuro (qué voy a hacer, cómo lo haré, qué pasará…).

Cuando nuestra mente está en el pasado (estados rumiativos que pueden alimentan nuestro estrés) o en el futuro (estados asociados a la preocupación, expectativas, temores, deseos) se pone en modo alerta, tratando  de encontrar el equilibrio. La mente quiere tener el “control de la situación” y eso le hace estar en modo supervivencia, lo cuál ayuda y favorece la aparición de estados anímicos asociados a ansiedad, estrés, distracción o depresión. Esta mente “inquieta” necesita entonces activar un sistema diferente, un sistema de cuidado, calma y seguridad, que le proporcione tranquilidad, lo cuál puede proporcionárselo el Mindfulness o atención plena.

En este momento, para favorecer la atención plena, podemos recurrir a la respiración, la cuál es un importante anclaje porque nos conecta corporalmente con nosotros mismos y con lo que sentimos en ese momento. Centrarse en la respiración es un primer paso para vivir el presente y conectarse con él. La respiración está con nosotros en nuestro presente y nos acompaña. Vincularnos con el presente puede hacerse a partir de esta práctica.

La manera mediante la cual podemos aproximarnos al Mindfulness es a través de prácticas formales que consisten en reservar un tiempo al margen de las actividades diarias para meditar (inicialmente unos pocos minutos para ir posteriormente ampliando el tiempo), o prácticas informales que trabajan por prestar atención consciente y no evaluativa al momento presente en actividades cotidianas (en una comida, durante un paseo, al lavarse los dientes…). En ambos casos, utilizaremos la respiración como elemento de conexión con el momento presente, para luego dar paso a una atención consciente a los sentidos y a cómo experimentamos la realidad.

Es habitual que cuando practicamos Mindfulness la mente “divage”. En ese momento podemos hacer por que vuelva al estado de atención plena, de manera amable, con suavidad, sin forzar, sin juicio y con curiosidad. Lo importante es tomar conciencia para volver al estado de “calma”.

En cuanto a las actitudes a tener en cuenta para la práctica hay que incluir la paciencia, la mente de principiante, no evaluar, no forzar y aceptar. El Mindfulness es como un músculo que hay que entrenar, quizás no estemos habituados a prestar atención al momento presente, y esto exige no tener expectativas inmediatas en cada meditación, vivir las experiencias como si fuese la primera vez, atender a los sentidos sin juzgar lo que sucede, dejar el pensamiento automático y atender a los sentidos sin más. Por otra parte, no forzar, dejar que las cosas fluyan y desarrollar la capacidad de que cada momento sea como es, ayuda a ver las cosas con más claridad. También el darse permiso para ser como somos, es decir aceptar. A lo que nos resistimos, persiste, mientras que el aceptar nos puede ayudar a conocernos mejor y saber de nuestras necesidades.

En este último punto cobra sentido un aspecto importante del Mindfulness que es la amabilidad con nosotros mismos. Es decir, tratarse bien y cuidarse. Una emoción tienen una duración estimada de entre 90 segundos y 2 minutos. Aceptarla sin juicio puede servirle a uno mismo para, después de la misma, darse compasión (que no es más que amabilidad, cuidado y comprensión con uno mismo). Tratarse como trataríamos a nuestro mejor amigo dejando a un lado la autocrítica y sin caer en la benevolencia. Con aceptación, con bondad hacia nosotros y reconociendo que es humano ser imperfecto, y que todas las personas somos iguales y sufrimos. Lo que nos pasa en ocasiones duele, y merecemos darnos cariño. Mirémonos con comprensión y seamos capaces de darnos el amor que daríamos a alguien que queremos. A menudo el cambio llega con la aceptación.

En definitiva, podríamos decir que merece la pena entrenar el músculo de la atención plena. Es cierto que requiere constancia y compromiso, pero sus beneficios son múltiples, ya que la práctica nos va a permitir estar en el presente, tomar conciencia del momento, saber conectar con uno mismo y los demás, observar nuestros juicios, tener menor reactividad en momentos difíciles, menor identificación con nuestros pensamientos; y consecuentemente todo esto nos va a aportar mayor equilibrio, calma y aceptación personal.

¡¡¡Ánimo, empieza a entrenar!!!

Por Toya Zuriaga Perruca. Licenciada en Psicología. Executive Coach y Coach de Equipos por la Escuela Europea de Coaching (EEC). Certificación Coach Profesional ACC por la International Coach Federation (ICF).
Consultora de Recursos Humanos y experta en Desarrollo Directivo.

 

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